CRÓNICA/No. 181


 

El Grupo



Carlos Sánchez Hernández

Facultad de Ciencias Políticas y Sociales-unam

 
 
I

Aldo Forever postea que sus padres le echaron a perder su récord trayendo a “un par de estúpidos gastroenterólogos canadienses” para salvarle la vida. Aldo Forever no es su nombre real, por supuesto, pero es como aparece en Facebook. Y dice que lo arruinaron todo en el mejor momento, justo cuando llevaba diecinueve días comiendo sólo un puñado de acelgas diario y bebiendo medio litro de té negro. También dice que comenzaba a sentir cosquillas en las costillas y que tenía “fabulosas alucinaciones” en medio de espasmos de risillas desesperadas. Y luego sube una fotografía. Tiene la piel arrugada como una hoja seca y sus ojos están cubiertos por una película lechosa.

Enseguida aparece un comentario de Bonzo Player (dieciocho días de peras y té verde), uno de Sophi Rulé (once días de espinacas y tizana de frutas) y uno de Snow Snow (cinco días de agua caliente con azúcar).

Snow Snow sube además un video de medio minuto. Él no tiene más de treinta años, pero surcos profundos se dibujan entre los tendones de su cuello azul humo y destacan escalonadas formas óseas bajo su piel de pergamino. La mirada está concentrada en su labor: calienta agua y agrega cucharadas de azúcar. La bebe y pestañea con cada trago, como lo haría un sapo. Párpados arrugados como cáscaras de nuez. Cabello apelmazado, oscuro, como un casco de alambre. Bebe lentamente con una expresión ritual. Como una monja rezando el rosario.

Sophi Rulé ha comentado el video:

“Así se hace, Snow Snow, el dolor es la verdad y todo lo demás son dudas.”

A Snow Snow le gusta el comentario de Sophi Rulé.

Snow Snow ha comentado su propio video:

“Gracias, sólo que últimamente no puedo dormir aunque esté muy cansado. Dormir se ha vuelto un encuentro nocturno con la destrucción.”

A Sophi Rulé le gusta el comentario de Snow Snow.

Bonzo Player ha agregado otro comentario al Grupo: “¿Alguna vez han tenido esa loca sensación de no estar viviendo su propia vida a su manera?”

Diez minutos después el comentario tiene 91 respuestas y 276 likes.

Y después de leer esto ya estás tan perplejo como el día en que naciste. Sin entender absolutamente nada. Chicos que se matan de hambre para sentirse vivos. La nueva droga de los nuevos tiempos. Grupos en Facebook que son los nuevos Clubes de los Buenos Amigos. Que son la versión 2.0 de las fiestas de pijamas.

Y llegado a este punto podrías pensar que sólo son bulímicos o anoréxicos con un tufo existencialista. Y tal vez algunos lo sean. Pero a la mayoría no le interesa más de lo normal que sus cuerpos se mantengan delgados u obesos. Porque de lo que se trata es de no probar alimentos, o lo mínimo, por el mayor tiempo posible. Aun cuando la ghrelina y la leptina le griten al hipotálamo que la glucosa de su sangre es realmente baja. Aun cuando hayan agotado casi toda su reserva de hidratos de carbono y sus intestinos pidan auxilio. Aun cuando tengan tan poca energía que les parezca que levantarse de una silla es como llevar el mundo encima. Aun con todo eso, se trata de mantener el hambre.

Porque sufrir hambre es la nueva forma de drogarse. Porque sucede exactamente lo mismo. Primero está el proceso de tolerancia, luego la dependencia física y el “consumo” compulsivo, la activación de los mecanismos cerebrales de recompensa y al final viene el craving (la “necesidad irresistible”).

Y ni siquiera hace falta acudir con especialistas que te lo expliquen. Si tienes cerca una computadora, googlea “Neil Carlson” y algunas palabras clave relacionadas con la dependencia a las drogas, sus efectos en el cerebro y el modo en que llevar el hambre al extremo, “dependiendo de las condiciones de cada individuo, puede ser igual de sedante que consumir opio, tan estimulante como las anfetaminas o incluso más frenético que la cocaína”.

Eso dice Neil Carlson. Y Neil Carlson es el gurú estadounidense de la psicología conductual aplicada al consumo de drogas. Sus estudios están regados por toda la web. Así que si tienes menos de treinta años, eres nativo digital, sientes que las ilusiones del mundo y tus padres y tus amantes y tus amigos te han abandonado y te interesa drogarte matándote de hambre, en menos de diez minutos te habrás bajado la bibliografía base que te ayude a conseguirlo. Así de sencillo. Como buscar una receta de cocina. Como buscar la fecha de nacimiento de un héroe muerto.

Obviamente te saltarás las introducciones y las recomendaciones para mejorar la salud pública mundial. Tal vez también alguna información demasiado técnica. Pero estudiarás a profundidad las secciones donde Carlson detalla cómo el hambre estimula la liberación de dopamina en una zona específica del cerebro, el núcleo accumbens, el mismo fenómeno que ocurriría, en mayor o menor medida, si dieras un beso o si obtuvieras un triunfo.

El problema es que los chicos que buscan el material de Carlson hace tiempo que dejaron de darle importancia a sus victorias y un beso les parece que es chupar el otro extremo de una cañería. Ni el sexo ni llenarse un hitter de marihuana les provoca disparos de dopamina similares a los de padecer un hambre perra. Sólo cuando dejan de comer, o comen lo mínimo, las neuronas del área ventral tegmental, en el núcleo accumbens, hacen que el terror se detenga y que el amor del mundo los abrace.

Pero todo esto no tienes que estudiártelo si recibes una invitación del Grupo. Porque usando la plataforma de Facebook han elaborado prácticas guías para que cualquier principiante pueda comenzar de inmediato su ayuno. Se trata de manuales que son mitad recetarios para no comer y mitad manifiestos. Panfletos que podrían llamarse “Guía Básica para Morirte de Hambre y Entonces Vivir”. O “Biblia de la Antigastronomía para Llenar tu Existencia”. O “Nouvelle Cuisine para Desaparecer”.

Lo que no esperas es que los textos sean tan convincentes. En el primer documento que el Grupo te invita a consultar, por ejemplo, el cierre es este párrafo: “El mundo es un lugar que da miedo. Perecedero. ¿Qué puede durar para siempre?” Y el resto está tan bien escrito que llegas a pensar que tal vez los chicos tienen razón. Que las rocas se deshacen. Que los ríos se secan. Que las frutas se pudren. Que apuñalada la sangre de ricos y pobres fluye igual. Que todos los corazones se arrugan. Y mientras los hombres se vuelven ancianos y a las mujeres les crece bigote, un puñado de chicos en la web, de enfants terribles sin reconocimiento y adictos a sufrir hambre, busca sentirse vivo y publica sus éxitos, y se dan consuelo unos a otros y se impulsan como en una hermosa y armónica comunidad virtual de la muerte.

Y si te has dado cuenta de eso, y luego te pones a leer todos los comentarios del Grupo —del 3 de mayo de 2009, cuando fue fundado, al 17 de enero de 2013—, bueno, entonces ya estás perdido. Entonces decides intentarlo. Y aceptas la invitación.

Un nuevo usuario se ha unido al Grupo. A 326 personas les gusta esto.


II

—¿No te das cuenta de que todos estamos girando alrededor de algo que evidentemente no tiene sentido? —le dice la chica al nuevo miembro del Grupo—. Entonces hay que encontrarle sentido.

—Poco a poco el mundo se está yendo al demonio, y eso tú lo sabes mejor que nadie por ser periodista —agrega un chico que está a su lado.

La chica es Magda Gun y el chico es Oliver River. Y tampoco son sus nombres reales. Porque nadie usa su nombre real aquí, en esta casona en algún tiempo elegante de la colonia Condesa, Ciudad de México, donde tiene lugar una especie de sesión similar a los clubes de autoayuda, pero con la diferencia de que aquí a nadie le interesa mejorar, o por lo menos no mejorar en el sentido de ser ciudadanos comprometidos o padres o hijos o esposas o esposos dignos.

Las sesiones presenciales son los martes y jueves, y cualquier cambio en el horario se anuncia puntualmente vía Facebook, aunque nunca son antes de las ocho de la noche porque antes de las ocho de la noche los perros todavía no ladran. No es una metáfora. En la casa vecina al parecer habitan por lo menos media docena de perros que, por alguna razón, después de las ocho de la noche se ponen a ladrar en coro. Y de ese modo las sesiones del Grupo adquieren un romanticismo, digamos, peculiar. Chicos que se sienten fuera de todo reunidos bajo el clamor de dolientes aullidos de perros fantasma apenados por su propio fallecimiento.

Dentro de la casa, ubicada casi en el cruce de Amatlán y Fernando Montes de Oca, los chicos usan previsiblemente el sótano. Afuera terminan de salir de sus empleos los últimos oficinistas de la zona, una zona poblada de editoriales, agencias de publicidad, diseño y cosas por el estilo. Una zona cubierta por el mismo cielo que cubre a todas las demás zonas. Porque en todas las zonas el cielo es el mismo. Solamente abajo las cosas son distintas.

Y lo primero que identificas cuando llegas a la casa es que quien te abre la puerta no es joven. Al menos no tan joven como el resto de los chicos. Debe tener unos cuarenta y cinco años y es tan amable como si alguien le hubiera pagado para que te abriera la puerta y luego te acompañara al sótano. Y lo segundo que identificas es que sí, que alguien le ha pagado. Igual que le pagaron a la mujer que prepara diferentes tipos de infusiones tras una especie de barra, asistida por una chica, ella sí joven y de mirada huidiza, e igual que le pagaron a dos hombres más que se encargan de buscar estacionamiento en esta caótica colonia. Son la servidumbre de los muertos de hambre.

—No es una especie de lujo, ¿sabes? —se justifica Magda Gun a nombre del Grupo— Tener a personas que estacionen los autos y nos preparen té o tisanas es realmente necesario, sobre todo cuando hay chicos aquí que llevan dos semanas sólo con agua dulce y están tan débiles que levantarse tres veces en quince minutos les consume la energía de su día.

A las sesiones presenciales acuden un promedio de treinta chicos, porque si bien el Grupo en Facebook tiene más de quinientos miembros, sólo unos cincuenta viven en la Ciudad de México.

Así que aquí estamos. Y en algún momento de la noche esos treinta chicos toman asiento y es cuando Oliver River se para al frente, como un Papa que se prepara para canonizar. Y es así como empieza la sesión.

Oliver River dice: “Somos jóvenes. Pero solamente somos eso. Hemos aprendido a jalar palancas. A presionar botones. A seguir un montón de instrucciones que sencillamente no entendemos. Porque nos dijeron que tendríamos vidas fabulosas. Nos dijeron que si nos esforzábamos lo suficiente podríamos cambiar las cosas. Pero eso no está ocurriendo.”

Y dice: “Solamente queremos dejar de ser la escoria del mundo. Los esclavos de la historia. Queremos dejar de ser esos estúpidos que no hacen sino desear y necesitar.”

Y dice: “Queremos olvidarnos por un minuto de nuestras vidas insignificantes. De nuestros insignificantes trabajos. Queremos obtener por una sola vez algunas pequeñas victorias que merezcan la pena.”

Y dice: “Nadie aquí quiere componer el mundo, adoramos su decadencia. Nadie quiere mejorar el país, eso no nos interesa. No queremos ser mejores ciudadanos ni vigilar a nuestros funcionarios ni despertar la conciencia de una sociedad que todos los días elige los peores escenarios del futuro, que todos los días se clava dagas en el pecho.”

Y dice: “No somos ilusos. Somos los chicos perdidos de las redes sociales. A quienes los medios acusan de frívolos después de habernos matado ellos mismos. Y eso está bien. Eso está perfecto. Así que venga, chicos, vamos a contarnos qué dice el hambre.”

Sí, este chico se ha estudiado bien a Tyler Durden.

Y es así como empiezan tres horas de testimonios. Y es así como puedes aprender un montón de cosas si prestas un poco de atención. Porque los chicos no solamente cuentan todo lo que no han comido y el modo en que sus cerebros han reaccionado, sino que edifican pequeños discursos mezclando rabia y datos curiosos.

Una chica regordeta, por ejemplo, cuyo nombre de hambriento es Caty Star, dice que está “contentísima de haberlos descubierto”, porque “es horrible cómo en las sociedades industrializadas, donde la comida está siempre disponible, se come por rutina, porque es la hora o simplemente por aburrimiento”.

Y luego comienza a contar de manera atropellada lo que estudió en la semana, igual que una chica que quiere impresionar a su profesor en la secundaria. Explica que “la mayoría de las veces confundimos el hambre con el apetito, pero el apetito es esa leve sensación que se tiene entre las comidas regulares y se produce por la caída del nivel de glucosa o azúcar en la sangre…”. El resto de los chicos procura mantener una sonrisa cordial, pero la verdad es que todos saben que la dulce Caty se está citando de memoria uno de los primeros trabajos de Neil Carlson.

—Si el estómago permanece unos días vacío —continúa Caty—, acaba desapareciendo hasta la misma sensación de hambre. Y esto es porque el cuerpo comienza a usar la grasa que le sobra a tu cuerpo, que se llama en realidad cetona y actúa como inhibidor del apetito.

Bravo. Todos aplauden a la dulce Caty que ha hecho tan bien su tarea.

El resto de los testimonios son más crudos y de cierta forma más especializados. Y mientras cada uno va pasando al frente para exponer su miseria, hay murmullos ligeros entre quienes permanecen sentados. Muchos de los chicos experimentados dan breves introducciones a los novatos. Les explican, por ejemplo, que la señal que anuncia la presencia del hambre está localizada en el hipotálamo, que es la región del cerebro intermedio, la cual también se encarga de regular otras necesidades.

Y les explican además que los receptores corporales registran la caída del nivel de azúcar en la sangre —como bien lo explicó la dulce Caty—, y transmiten las señales respectivas al cerebro intermedio.

Y también aprovechan para darles algunos consejos básicos de supervivencia. Les dicen que lo primero que deben saber es que un hombre más o menos sano que pese aproximadamente setenta kilos, tiene quince que son grasa, y esa reserva de tejido adiposo es la que mantiene un equilibrio energético mientras el cuerpo se priva de comida, de modo que “puedes sobrevivir hasta cincuenta días sin un puto gramo de comida”.

Y les dicen que la sensación de hambre y el deseo sexual tienen la misma localización cerebral, los mismos circuitos neuroendocrinos y las mismas hormonas que los controlan. Lo que significa, concluyen, que “coger y comer son elementos de sociabilización, satisfacción personal y supervivencia, propios de los animales, por eso no debes caer, amigo, debes mantenerte por encima de eso”.

También escuchas que la palabra alemana fasten (ayunar) tiene su origen en el vocablo gótico fastan, que significa al mismo tiempo “observar o velar”. Y que “no debe importarte que te llamen adicto” porque en realidad esa palabra se deriva de dicto (dicho) y del prefijo negativo a, lo que significa que es alguien que no ha querido poner en palabras su angustia vital.

Pero todos estos rumores desaparecen cuando toca el turno a un chico que se ve cansado, pero no luce mal; de hecho es apuesto, con el cabello algo crecido pero cuidado. Es Robert Caimán. Así lo llaman. Y cuando por fin lo ayudan a ponerse frente a su pequeño auditorio, la boca se le estira en la parte baja del rostro, en un rictus blando, y comienza a hablar una octava por debajo de lo normal, el tono forzado de la agonía.

En ese momento todos están atentos a cada una de las palabras que Robert pronuncia. No es que sea el mejor. Ni siquiera el que lleva más tiempo muriendo de hambre. Sólo es el chico aplicado del Grupo. El que ha estudiado con mayor profusión el arte del vuelo hambriento. Por eso todos toman nota cuando Robert Caimán habla. Porque es quien mejor les ha explicado cómo el hambre extrema se infiltra en el sistema de comunicación del cerebro y perturba el envío, la recepción y el procesamiento normal de información entre las células nerviosas, y que es entonces cuando se sobreestimula el “circuito de gratificación” del cerebro. Es el Maestro.

—La verdad es que no les estoy contando ningún secreto —dice Robert Caimán al nuevo miembro del Grupo. La verdad es que todo está en Internet. Basta con navegar durante un mes en la página del National Institute on Drug Abuse y te vuelves un experto. Así googléalo, “National Institute on Drug Abuse”, que significa Instituto Nacional sobre el Abuso de Drogas.

La sesión termina cuando Oliver River vuelve a presidir y dice: “Hey, chicos, ¿qué son casi todas nuestras vidas sino sólo una serie de capítulos incompletos? Actuamos en la oscuridad, hacemos lo que podemos, damos lo que tenemos. Nuestra duda es nuestra pasión y nuestra pasión es nuestra tarea. Gracias por estar aquí. Hasta la próxima.”

Ya en la intimidad de una charla más cálida, Oliver River dice: “Pues claro que sabemos que podemos morir. Pero es sólo morir de un modo de los más de cien mil en que podríamos hacerlo. Yo cuando muera, por ejemplo, y si es que en este momento no estoy muerto, quisiera que fuera de hambre, encogido en mi cama, como en el útero de mi madre, ‘en la cálida sangre de la oscuridad’, como decía el maricón de Capote. Así que no te confundas, amigo, casi cualquier sufrimiento es tolerable siempre que se haya elegido.”

Ése es Oliver River predicando. Ése es Oliver River enamorando a quien lo escucha. Porque sufrir hambre es la nueva forma de drogarte. Porque si todos te abandonan, si dios falla todos los días, todas las noches, siempre te quedarán las dulces palabras de Oliver River para consolarte.

—¿Vienes el jueves? —pregunta Oliver.

La respuesta es una explosión de silencio.


III

Lo primero que Oliver me dijo la primera vez que le dije que todo esto comenzaba a parecerme una verdadera locura fue que yo no soy nadie para burlarme de las ilusiones que hacen vivir a otros.

Eso dice Sophi Rulé al salir de una de las sesiones. Camina junto al nuevo miembro del Grupo porque es de las pocas chicas que no lleva auto y además porque todavía tiene la energía suficiente para caminar hasta Insurgentes, donde la espera un chofer para regresarla a un palacete de Polanco.

Sophi Rulé dice que ella fue una de las primeras cinco personas que comenzó el Grupo. “Porque era divertido. Oliver investigaba todo acerca del hambre y los efectos en el cerebro, y lo probábamos. Luego entramos a Facebook y todo se salió de control. Al menos de mi control. Pero Oliver es un líder. Siempre ha sido carismático y habla de un modo que al final te convence de que todo va a estar bien.”

Ella es la pequeña Sophi, la novia sirena de un pirata ahogado. Y es bonita. Pero no bonita del modo en que lo son casi todas las chicas. Sino bonita de otra manera. Una belleza extraña que te atrae como una moneda es atraída por un pozo de los deseos.

Y lo último que dice es una reflexión mientras espera a su chofer en la esquina de Campeche e Insurgentes, cuando ve pasar un metrobús repleto: “Tal vez así sea el otro mundo. Si es que existe, claro. Como un enorme autobús lleno, sin espacio para sentarte. Y entonces tendremos que ir de pie durante toda la eternidad. Apretados contra extraños y respirando su aire amargo. Siempre diciendo ‘perdón’ o ‘usted disculpe’ para movernos un poco. ¿No crees?”

Luego se mete al auto dando su delgada espalda a la humanidad.


IV

—Sí, bueno, mi padre murió cuando era yo pequeño. Ni siquiera recuerdo qué tan pequeño era. Supongo que tan pequeño como para no recordarlo —dice Oliver River, aunque el tema le resulta tan incómodo que lo cambia de inmediato. Pero lo que te explicaba era algo acerca del pasado. Ah, ya, te preguntaba si has escuchado alguna vez lo que dicen los hombres sabios. Dicen que todo el futuro existe en el pasado.

Y aquí viene de nuevo Oliver River. Dice que imaginemos haber vivido la Gran Hambruna de Irlanda en 1845. “Debieron haberlo pasado increíble, verdaderos orgasmos, aunque la historia lo ha ensuciado con su melodrama”. O que imaginemos vivir la hambruna forzosa en Ucrania provocada por Stalin en 1933. O la hambruna de 1943 en Bengala. Eso pide Oliver River que imaginemos.

—No quiero hablar mucho de mi padre, ¿sabes? Fue el cáncer. Ya sabes, el cuerpo se vuelve maligno de tanto sentir asco de sí mismo y empieza a comerse.

Oliver River enamorando.

—Así que se podría decir que no tengo padre. Eso me gusta: no tener padre. Supongo que es el atractivo romántico de los bastardos. Al final ya sabes lo que dicen los clásicos, que la desgracia puede ser extraordinariamente instructiva.

Oliver River pidiendo ser amado.

—El Grupo me gusta. Pero hay días en que sencillamente quisiera hacer estallar el mundo en explosiones doradas.

Oliver River soñando.

—¿Tú qué dirías, amigo? ¿Nos abrazamos porque queremos abrazar a otra persona o nos abrazamos simplemente porque nadie nos quiere?

Así podría seguir Oliver River por mucho, muchísimo tiempo, describiendo el círculo, el cero de su nada. Pero la conversación se ha terminado. Así que el nuevo miembro del Grupo sale de aquel sotano hacia la mañana. Una mañana que es como un pizarrón limpio ante cualquier futuro. Y sale más o menos satisfecho por haber aprendido un par de lecciones. Que tú puedes decir: Dios, dame un auto; Dios, dame boletos para el concierto de esta noche; Dios, dame un departamento cómodo. Pero de qué forma puedes pedir algo tan ambiguo como esto: Dios, deja que me amen.

Y la lección número dos es que lo que realmente deseamos en el mundo es ser queridos y que nos digan que todo, todo (todo es las cosas que componen el mundo, los niños amamantados a tiempo por sus madres, el calor de un cuerpo al lado tuyo en una mañana fría, las caras ancianas de la gente que quieres, el terror pasajero, los techos sobre nuestras cabezas)…, que todo irá bien.


 



Carlos Sánchez Hernández (Ciudad de México, 1989). Estudia Periodismo en la UNAM y trabaja como editor. Escribe para Letrasados Mentales con el nombre Ernest Vail. Es cofundador de la editorial KPB; [Kleinman Psycho Books]. Su blog es yonodeberiaescribir.wordpress.com