NARRATIVA MICHOACANA/No. 178


 

Algo me obliga a quedarme



Pierre Herrera
Morelia, 1988

 

 

 

                                                                             I

Una mujer, tal vez joven, muy delgada y de mirada eléctrica.
 

Una mujer a la que le gustaba usar pequeños shorts cuando se sentaba en el corredor que estaba antes de llegar a su departamento, inmediatamente después de subir las escaleras, a leer. A la que le gustaba leer durante horas ahí sentada, aunque en realidad no leía nada, sólo se sentaba por horas con la finalidad de que la vieran todos los que pasaban por ahí con un libro entre las piernas, o que vieran sus piernas al ver el libro que supuestamente leía. En casos desafortunados, cuando no tenía más opción y creía que iban a descubrir que en realidad no leía, que fingía su asidua lectura, leía una o dos páginas, pero en seguida, ya que no había nadie alrededor mirando, volvía a su intención inicial y seguía fingiendo muy complacida, girando las páginas de vez en vez como si de verdad estuviera poniendo atención a lo que había en ellas.

Esa mujer, que yo nunca llegué a conocer, entra en un teletransportador con una pequeña maleta con la intención de salir de la ciudad por unos días, descansar del ritmo ofuscado de la rutina, pasar un fin de semana en alguna playa del norte del país. Olvidar y ser olvidada.

Hace dos noches en su departamento ella platicó con su novio, como regularmente lo hacen después de dejar las sábanas impregnadas de sí. Serenos, sentados en el sillón que sirve de sala. Hablaron, entre otros temas —como de los libros que cada uno está leyendo, o del argumento de la película que no pudieron ver juntos la semana pasada, o de la última desaparición de su gato—, de lo rutinaria que se ha vuelto su relación.

¿Café? Lo que desean hacer en unos años juntos. Seguro. La cantidad de lugares que quieren conocer. O mejor un vaso de agua. Casi todos en el extranjero o al final de carreteras secundarias o de caminos de terracería. Sin azúcar, ya sabes. El extraño hecho de que su relación no se parece a ninguna otra relación de sus conocidos, ni a ninguna otra cosa; sólo a sí misma.

Él la mira queriendo ver en ella una reacción que no aparece. Toma. O tal vez ella finge que no llega nunca esa reacción. Me decías. Él baja la mirada y ve las largas piernas que muestra orgullosa y que le recuerdan su afán de leer sin leer, de fingir. Lo oportuno que sería tomarnos un tiempo para pensar hacia dónde vamos. De tajo la serenidad se esfuma y carajo. Lo sabía; pero ya mis amigas. Una egoísta. Un cobarde. Yo pensé. Yo también pensaba. Lo irremediable: separarse. Encontrarás a alguien. Lárgate. Que te corresponda. No hay beso. Adiós. De despedida. Él sale deprisa, baja las escaleras de dos en dos y sale del edificio. Afuera, la ciudad impávida.

Ahora ella ingresa las coordenadas en una pantalla táctil: a alguna playa del norte; un viaje para levantarse el ánimo. Olvidar y ser olvidada.

ACEPTAR.


II
 

Comienza la desfragmentación molecular. Su maleta se desvanece, ya su cuerpo se desvanece. El programa hace una copia exacta de la disposición atómica de cada elemento de la mujer para reintegrarla en su destino como si la desaparición y fragmentación nunca hubiesen ocurrido. Cualquier clase de vida o de forma no es más que una disposición específica de los mismos elementos, las mismas moléculas en diferente proporción, una suma muy precisa de secuencias anatómicas, un poco de entropía materializada, y nada más.

 

  1. Sola, con maleta en mano, ella sale del teletransportador en busca de una estancia barata en alguna playa del norte del país. Hace buen día.
     
  2. Ella aparece en el mismo sitio: el teletransportador no funciona correctamente. No se percató, pero fuera de la cabina hay un letrero que lo especifica claramente. El teletransportador contiguo tampoco sirve; ella no va a ningún lado. Hay otros teletransportadores del otro lado de la ciudad, pero después de pensárselo otra vez decide no hacer el viaje; en cambio sube a un taxi rumbo a la casa de una amiga.
     
  3. El teletransportador se atasca. No hay devolución de su dinero. Después de pen- sárselo otra vez decide que si el teletransportador contiguo funciona, no volverá hasta dentro de dos meses. Funciona; dos meses.
     
  4. La posibilidad de que el sistema operativo falle siempre es una opción. Siempre. Y en realidad no una opción absurda. Las partículas se reintegran en una terminal de Shikoku, Japón. Ella quería alejarse; en verdad lo hace.
     
  5. El reloj interno del teletransportador falla. Sus partículas, es decir, ella en otro estado físico, se reintegran cuarenta años después, en el mismo lugar. A ella le parece que el teletransportador no funcionó; sale de la cabina enojada en busca del reembolso de su pasaje.
     
  6. El reloj interno del teletransportador falla. Sus partículas se reintegran ciento cincuenta y dos años después. Sale del teletransportador sin ganas de nada en busca de un taxi para ir a casa de una amiga sin percatarse de los años que han pasado.
     
  7. Antes de que termine la desintegración hay un corte de energía causado por el paro del Sindicato Único de Teletransportistas Unidos (sutu). Ella desaparece, o sus partículas quedan vagando a través del universo; y en el transportador sin energía no queda más que polvo.


En cualquiera de las múltiples alternativas que puede tomar la historia, el viaje no tiene vuelta atrás.
 
 

III
 

Más tarde suena el teléfono en su departamento. Nadie contesta. Sigue sonando. Se activa la contestadora automática. ¿Estás ahí? Esa noche su novio por única vez es sincero consigo mismo, le cuesta aceptarlo: se equivocó: quiere estar con ella, no que la encuentre alguien más, lástima que ese sentimiento sólo dure esa noche. Perdóname. Hola, por el momento no me encuentro. No me dejes solo. Deja tu mensaje después de la señal.
 


Pierre Herrera. Escritor y traductor. Egresado de Lengua y Literaturas Hispánicas de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, actualmente cursa la maestría en Literatura Mexicana en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Autor de El equívoco cervantino (Secretaría de Cultura de Michoacán, 2012, Premio Michoacán Ópera Prima de Ensayo 2012). Ha publicado cuentos y ensayos en diversas revistas y antologías de Michoacán.