EDITORIAL/No. 178


 
 

 

A decir del escritor Édgar Omar Avilés, compilador de la muestra que publicamos en esta edición, el estado de Michoacán produce más poetas que narradores, e incluso afirma que varios de esos poetas escriben también narrativa pero como una creación en segundo plano. A contraflujo, Avilés presenta un rosario de narradores de la generación a la que él mismo pertenece con fortuna: once autores, nueve de ellos nacidos en la década de los ochenta, uno en los años setenta y dos al inicio de los noventa. Unos originarios del estado de Michoacán, otros avecindados ahí desde temprana edad, todos dan fe de la buena salud de la nueva narrativa michoacana.

Además de preguntarse —sin aventurar respuesta— acerca de las causas de la preferencia de un género sobre otro, el antólogo presenta una síntesis del desarrollo literario en su estado, señalando puntualmente la creación —y a veces desaparición— de espacios señeros para la literatura local: talleres, escuelas, editoriales —independientes y no—, apoyos institucionales, ferias del libro. Ha partido de un criterio claro: presenta un grupo de escritores, unos con publicaciones y premios, otros con menos trayectoria, que producen con una cierta continuidad, que tienen clara su vocación literaria. A ellos apuesta sus cartas.

Hay ciertos elementos comunes en varios de los cuentos, la mayoría inéditos, seleccionados por Avilés: la ciencia ficción —abordada desde enfoques muy distintos en Herrera, Leija y Valenzuela—, el delirio de los personajes —en Diana Ferreyra, Alfredo Carrera, Darío Zalapa o José Agustín Solórzano (su “Margarita” fusiona a sus personajes en una lograda trinidad hijo-padre-madre)—; el tono fársico que permite al autor distanciarse del horror —como en “Mensajes”, de Luis Miguel Estrada, o en “Hombres de negro IV”, de Francisco Valenzuela—; el corte fantástico en “El engaño” de Moisés Ramírez o en “Cruz de Tierra”, de Armando Salgado, cuya pulcritud en el aliento rulfiano es notable. El amor y su imposibilidad, el desaliento, es tema clave en muchos de estos relatos, incluso en la única pieza claramente referida a una ciudad (el Distrito Federal): “Tom Sawyer no envejece”, de Atahualpa Espinosa, quien logra una exacta recreación de personaje y entorno.

Como complemento, abrimos esta muestra con tres poemas inéditos de Gaspar Aguilera, figura de las letras michoacanas que regresa a estas páginas generosamente. Aguilera publicó en esta revista en los inicios de su carrera, y para nosotros es una satisfacción tenerlo de vuelta como obertura a este concierto de nuevas voces. En el contrapunto visual compartimos el trabajo fotográfico de la artista Leonor Solís, también residente en Michoacán. Su serie, que combina foto análoga y digital, es un fantástico ejercicio intimista sobre la muerte y la memoria. Con ella cerramos el círculo.

 


Carmina Estrada