JÓVENES POETAS EN ESPAÑA/No. 177


 

Elena Medel

Córdoba, 1985



Árbol genealógico

Yo pertenezco a una raza de mujeres con el corazón biodegradable.
Cuando una de nosotras muere
exhiben su cadáver en los parques públicos, los niños se acercan para curiosear
     en su garganta de hojalata, se celebran festines con moscas y gusanos, me
     cae mal porque me hizo sonreír a mí,
que soy tan triste.
A los treinta días exactos de su muerte el cuerpo de esta extraordinaria raza
se autodestruye, y a las puertas de vuestras casas llaman los restos del alma
     de las mujeres sobrenaturales,
chocan contra vuestras paredes, sus empastes y sus uñas agujerean vuestras
     ventanas
hasta que sangran nuestras aortas clavadas en la tierra, igual que las raíces.
Al morir nos abren el estómago, examinan con los dedos su interior, rebuscan
     entre las vísceras el mapa del tesoro,
sacan sus dedos negros de todos los poemas que se nos han quedado dentro
     con los años.

Un espectáculo.

Pertenezco a una raza desarrollada más allá de los púlpitos. Soy una de ellas
     porque mi corazón mancha al tomarlo entre las manos, porque coincide en
     tamaño con el hueco de un nicho;
fresco y dulce como el de un animal, chupad mi corazón para que, al morir,
     sepan que hemos estado juntos.
Soy una de ellas porque mi corazón será abono. Porque mi sangre, que es la
     suya, sube y baja por mi cadáver como por escaleras mecánicas;
porque el fundamento de mi carácter, al descomponerse, se incorpora a una
     especie salvaje
que ladra y que hiere y que te lleva a su terreno, que ignora las afrentas, que
     jamás se extinguirá.




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Madurar
era esto:
no caer al suelo, chocar contra el suelo, contemplar el pudrirse de la piel
igual que un fruto antiguo.
Colchón justo para los dos; años que chocan la lengua contra los dientes una y
     otra vez que se tambalean en la boca
años
     del sentido incorrecto.
Con tres hilos de cabeza he tejido mi tiempo:
piensa en vosotros a mi edad, piensa en tres hilos de cabeza, qué te falta, qué
     te queda; piensa en tres hilos. Quizá
eso, madurar:
quizá Ulises boca abajo, quizá la orilla boca arriba,
eso que queréis me esperará diez años. Pensad en diez caídas; pensad en
diez hilos de cabeza. ¿Aquello? ¿La madurez? ¿Márchate, olor a lavavajillas,  
     déjame con mi sueño?
¿O quizá en la boca uvas para el postre del color
de la rodilla que cae al suelo,
de la rodilla que choca contra el suelo? Me tambaleo. Y era yo el zumo en la
     garganta, y era yo el frío, era yo
las uñas y el estómago, quién era yo en mis años
con tres, en mi tiempo con diez hilos de cabeza. Hasta mi habitación
por la escalera de incendios un hombre
y su sentido contrario. Diez hilos de cabeza, veinte hilos de su pecho atados a
     mi pecho,
juro que amé
los golpes de sus piernas. Digo que
madurar era esto: que no pude negarme, digo que mis tres hilos de nada entre
     los dedos, y juré chocar y el suelo
lo juré. Pensé al suelo la caída
y el choque contra el suelo. Pensé el aliento pensé dije
tres hilos de cabeza: tambaleo.
Pensé en mi edad y pensé en vosotros y pensé
que nadie me avisó de madurar así, junto a la vida y el frío en el cajón
de la fruta que se pudre.




Cumpleaños

Los hombres de la familia de mi madre mueren antes de los cuarenta años. Se
     equivocan al encauzar su vida. Cuenta atrás: frenan el cariño, los recuerdos, no es posible echar de menos
a quienes no conoces
. Altos, jóvenes, un golpe de viento los convierte en cadáver. ¿Cómo lo impedirás?
Podrías velar la agonía de Juan Santiago, junto a sus cuatro hijos pequeños.
     Rezar durante el fusilamiento de Pedro Santiago, mientras sus huesos se
     funden con la tierra, 1938, Badajoz, cuerpo y origen. Acariciar la frente de
     Joaquín Santiago, pudriéndose en una cama
con la espalda seca, dormido,
sin cumplir veinte años.

Ella creció con un vestido negro atado a los tobillos, disfrazada de sombra para
     que nadie la viera. De nacer hombre, habría sido inútil decir, por ejemplo,
     éste es mi hogar, aquí descansaré.

Hoy celebro que Fernando Navarro cumple cuarenta y cinco años. Cuando le
     felicito, él toma aire y respira tan fuerte como si quisiera romperse los
     pulmones, acercarse a la norma; pero le tomo de la mano, sonreímos,
     celebramos todos
sus recién estrenados cuarenta y cinco años.
Enterramos a su madre hace ocho días. Tengo diez años. Entonces bautizábamos estanterías, ignorantes de lo que nos esperaba.
Con los años pensé: él no pasará de los cuarenta. Yo leería en su entierro un
     poema sobre el campo, el sol, aquello que está arriba y es futuro. Y Ella
     encadenaría funerales funeral tras funeral;
yo moriría a los treinta y Ella
continuaría allí, llorándonos.
Tengo diez años. Me gusta dibujar princesas guapas, montes bíblicos, árboles
     genealógicos. Te gusta almacenar memoria histórica. Y las cosas que te
     cuentan de pequeña no las olvidas nunca. Pienso en lo que no
     compartiremos.

En la familia de mi madre los hombres no viven más de cuarenta años. A las
     mujeres nos crecen las líneas de la palma de las manos, por el brazo
     ascienden a plagarnos el rostro, de un vistazo proclaman nuestra edad,
     naturaleza abierta.
Recortarán nuestro corazón por la línea de puntos; lloraremos, antes de tiempo,
     a quienes deberían llorarnos a nosotras.
Y seremos huérfanas, viudas, preguntándonos cómo nombrarnos cuando
     nuestros hijos mueren, cómo llamarme ahora que estás muerta.

 

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Elena Medel. Ha publicado los poemarios Mi primer bikini (DVD, 2002) y Tara (DVD, 2006), así como los cuadernos Vacaciones (El Gaviero, 2004) y Un soplo en el corazón (4 de Agosto, 2007). Su obra ha sido parcialmente traducida al alemán, árabe, armenio, esloveno, euskera, inglés, italiano, polaco, portugués y sueco. Ha sido incluida en numerosas antologías. Junto con la también escritora Alejandra Vanessa coordina el proyecto de agitación cultural La Bella Varsovia, que comprende una editorial de poesía y una escuela de escritura creativa.