DIEZ POETAS DE GUERRERO/No. 173


Diez poetas de Guerrero: 1970-1983
 

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Recuerdo cuando me integré en 1998 al taller literario Alebrije, uno de los pocos espacios culturales que había en Acapulco, y el único que logró mantener una continuidad y sostener durante dieciocho años el encuentro estatal de escritores “El sur existe a pesar de todo”, en el que la mayoría de los poetas locales participó al menos una vez. El encuentro no siempre tuvo ese nombre y con el paso de los años se convirtió en el único foro literario que reunía —con muchas limitaciones económicas— a los aficionados a la literatura y a los que ya gozaban de cierto reconocimiento en el oficio de las letras. Gracias a este taller conocí a la mayoría de los escritores incluidos en esta muestra, a quienes he tenido el placer de leer. Por cierto, quien me invitó a integrarme al taller fue el poeta atoyaquense Jesús Bartolo. En este lugar donde nos reuníamos —entre el aroma del papel y las alfombras desgastadas— leí el libro El nombre de esta casa (1999) de Julián Herbert, tomé un taller con Jeremías Marquines y asistí a la presentación del poemario Luz ultraviolenta (2001), de Ángel Carlos Sánchez, con quien después charlaría en múltiples ocasiones en el café Astoria.

Supongo que quienes vivíamos en Guerrero en aquellos años y escribíamos poesía, y tuvimos la oportunidad de conocer a Jeremías y a Ángel Carlos, fuimos muy afortunados, pues de lo contrario quizá seguiríamos encasillados en lo que pensábamos que era la poesía: esa que rescata la tradición costumbrista y regional, la que enarbola fervorosamente nuestro folclor —máxime si podía declamarse o acompañarse con la “lira” en los recitales—. Creo que con la llegada de Jeremías Marquines al estado y con las frecuentes visitas literarias de Ángel Carlos, la poesía guerrerense tomó otro giro, un rumbo con muchas y diversas expectativas. Poetas distintos tanto en carácter como en el trato personal: Marquines transita con pulso de orfebre por el verso de largo alien-to, su obra poética muestra un depurado tono metafórico, afortunado en símbolos y en imágenes, heredero de la tradición poética tabasqueña, origen y centro de tres poetas indispensables en la literatura de nuestro país: Carlos Pellicer, José Gorostiza y José Carlos Becerra. Por su parte, la poesía de Ángel Carlos está en constante batalla consigo misma, ya que procede como artesano humilde en su modo de mostrarnos la belleza y la crueldad de la vida. Él mismo confirma lo anterior en una entrevista: “Mi poesía ha sido casi metafísica, rayando en las matemáticas y los agujeros negros de las galaxias.” Heredero de la estirpe de dos poetas fundamentales —Juan Bañuelos y Óscar Oliva—, Ángel Carlos es un poeta ajeno a los clichés que dan la fama, el reconocimiento, las becas y los premios.

En términos generales, la poesía guerrerense proviene de una tradición conservadora, cargada de un folclor artesanal que elogia la figura del imitador y raya en los más llanos pensamientos de lo risible. No es de sorprender que la escasa poesía registrada en Guerrero hasta mediados del siglo pasado haya sido escrita por médicos y profesores rurales. Según entiendo, ambas figuras tenían un “peso” ideológico en la sociedad y aprovechaban “literariamente” el papel que jugaban en relación con sus respectivos oficios, además de la influencia directa que recibían de músicos tradicionales, y se dieron a la tarea de escribir una “poesía” más producto de la espontaneidad que del conocimiento profundo de la tradición literaria, cuestión obligada en cualquier generación.

salinas-01.JPGFue hasta la década de los noventa del siglo pasado cuando surgió la necesidad de forjar una identidad propia —que requirió de manera urgente de la invención de una literatura—, cuando la nueva camada de escritores guerrerenses tenía ya entre veinte y treinta años de edad.

A partir de este periodo, se esbozaron en Guerrero dos grupos contrapuestos: uno formado por quienes apostaban por un regionalismo a ultranza, decidido a rescatar los valores y costumbres auténticamente locales; el otro, por quienes pensaban que la literatura sólo prosperaría si se integraba a las corrientes de la literatura mexicana. Iván Ángel Chávez escribió en el ensayo Apuntes sobre la literatura de Guerrero: “mientras nuestros escritores locales buscaban refugio en las antiguas fórmulas de la lírica y la narrativa, en el país y el mundo desde los años veinte y treinta ya se escribía de otro modo”. En este periodo, para ser radical o laureado en el estado había que ser político, guerrillero, músico o poeta.

En su ensayo Las edades de la poesía, Jeremías Marquines, radicado desde hace más de una década en Acapulco, apunta:

 

Entre los cantores de la tierra y la generación de jóvenes escritores nacidos en los sesenta hay un pequeño grupo intermedio: es el de los poetas que cantan, los nacidos entre 1940 y 1950. Se les denomina así porque tienden a realizar un ejercicio lírico monumental y sonoro. En este grupo se ubican Victoria Enríquez, Juan Sánchez Andraca, Agripino Avelar, José Gómez Sandoval […]. Heterogeneidad y dispersión definen a esta promoción de escritores. Su obra es tan dispar como la agreste geografía de Guerrero. Cada uno es una isla. En su escritura casi no hay puntos en común, pues mientras unos optan por la llamada literatura militante, inserta en la estética socialista, otros practican una literatura más preciosista e intimista. En todo caso, lo que tendrían en común es que casi todos tratan de parecerse a sus modelos literarios, de allí que ninguno de estos escritores haya logrado constituir una obra original, su producción es más testimonial que estética. Es, en rigor, una generación fantasmal.

 

Hace algunos años la poesía mexicana estaba centralizada; para ganar un premio, una beca nacional o simplemente ser aceptado por nuestros coetáneos, era necesario trasladarse al centro del país. Era ahí donde la poesía encontraba mejores condiciones para el desarrollo, y no me refiero al desarrollo creativo, sino a las oportunidades. Para los jóvenes que vivíamos en provincia, el fin de la década de los ochenta y la de los noventa significaron la caída de ciertos mitos literarios, entre éstos, superar la idea de que las editoriales con presencia nacional, las instituciones y los premios no apostaban por los escritores radicados en provincia. Durante esos años hubo una oleada de estudiantes y artistas que buscaron a toda costa moverse de la periferia de México hacia la Ciudad de los Palacios, donde supuestamente vivía la musa.

En esa época, una de las grandes interrogantes para los creadores era emigrar o esperar en el estado. De los poetas reunidos en este ejemplar, más de la mitad decidió buscar oportunidades literarias fuera de la entidad, aunque la mayoría guarda una estrecha relación con el terruño y lo visitan con frecuencia. Los que han optado por quedarse en Guerrero saben que tienen que rascarle muy duro al lápiz, pues las becas y los premios no son suficientes y fuera de ello no existen otras oportunidades. Afortunadamente contamos con una Facultad de Filosofía y Letras en la ciudad de Chilpancingo; sin embargo, no sé si está generando investigadores, académicos o lectores competentes. Porque la exigencia real sería que promoviera la obra no sólo de los grandes de la literatura sino también de los jóvenes escritores. Actualmente, ni la Universidad Autónoma de Guerrero ni el Instituto Guerrerense de la Cultura cuentan con una revista especializada en literatura que abra espacios y fomente la obra de los guerrerenses.

El trabajo de compilar esta muestra de poesía de Guerrero —que incluye escritores nacidos entre 1970 y 1983— ha sido sencillo y complejo. Sencillo: porque a diferencia de otros estados que cuentan con referentes literarios que de una u otra manera sirven de balanza o inspiración, en Guerrero no hay una historia poética en la cual uno pueda regodearse, ya que la poesía es relativamente joven, reciente, algo así como la típica novata de la vida galante que aprendió a trabajar en la calle sin necesidad de padrote. Complejo: porque hay escasos apuntes y textos críticos que aborden el tema. Tampoco quiero decir aquí que la poesía en Guerrero haya “nacido” en 1970. Lo que busco es dar cuenta de los contrastes y particularidades de dos generaciones entre las que hay casi quince años de diferencia.

Curiosamente, de los diez escritores que participan en esta muestra, seis radican fuera del estado: Jesús Bartolo, en el Estado de México; Julián Herbert, en Coahuila; Federico Vite, en Puebla; Brenda Ríos, Abraham Truxillo y Emiliano Aréstegui, en el Distrito Federal. Los restantes están avecindados en la entidad: Erik Escobedo, Carlos Ortiz y Ulber Sánchez, en Chilpancingo; Citlali Guerrero, en Acapulco. La mayoría se conoce entre sí ––al menos de nombre–– y quizá haya convivido en alguna actividad literaria en el estado, salvo Emiliano Aréstegui, al que tal vez ninguno de los enlistados conoce. Entre algunos de los demás existe una añeja amistad.

Los lectores encontrarán aquí una mariscada de versos que sin duda van a disfrutar. Es innegable que estamos frente a uno de los momentos más importantes de la historia de la poesía guerrerense. La muestra está conformada por voces fincadas en estilos definidos y distintos, que hablan desde sus circunstancias individuales.

salinas-02.jpgEsta selección es parecida a un cuerpo en el que se buscó reunir todas las partes posibles más allá del gusto personal. Aquí aparecen los poetas que, de acuerdo con mi juicio lector, tienen que incluirse, y no porque lo haya decidido sin criterio alguno, sino a través de la investigación, la lectura, la indagación en diversas fuentes y los criterios de otros escritores. La razón principal es la solidez y el reconocimiento de su obra poética. Como dato adicional, todos los poetas han tenido formación universitaria, y algunos cuentan con premios y becas estatales o nacionales que se suman a los criterios por los que participan en esta muestra. Además, la mayoría cuenta con un largo camino literario recorrido, cuatro de ellos no sólo en poesía, sino también en narrativa o ensayo.

Mención aparte merece Julián Herbert, quien actualmente pertenece al Sistema Nacional de Creadores, y que si bien está incluido en la selección, funge además como uno de los referentes más cercanos y fundamentales de la literatura guerrerense actual. Es pertinente comentar la obra de Jesús Bartolo y de Citlali Guerrero, porque de una u otra manera fueron quienes abrieron estéticamente esta brecha y fueron los primeros en romper social e ideológicamente con una historia que parecía condenarnos al olvido provinciano. Por su parte, Brenda Ríos ha sabido combinar el oficio escritural con la academia; actualmente es profesora de la licenciatura en Desarrollo y Gestión Interculturales de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAMm, y cuenta con un doctorado en Letras Mexicanas en la misma institución. Federico Vite armoniza su escritura entre la narrativa y la poesía; al leer su obra es posible descubrir que se siente familiarizado tanto en uno como en otro género. Carlos Ortiz, Ulber Sánchez y Erik Escobedo son poetas natos, saben —parafraseando a Paul Valéry— que tanto en la poesía como en la vida la intención no es lo que cuenta, sino que requiere de cierta común-unión, y para eso hay que estar dispuestos a casarnos con la palabra. Los más jóvenes de esta selección son Emiliano Aréstegui y Abraham Truxillo, quienes nacieron en la década de los ochenta, lo que les permite ser el canal y los protagonistas de la nueva poesía guerrerense.

Según Ortega y Gasset, la diferencia de edad entre los integrantes de una generación no debe ser mayor a quince años. En contraste con años anteriores, en los que no fue posible tender puentes entre las generaciones de poetas guerrerenses, creo que la situación ha cambiado, o soy muy optimista. Estoy seguro de que se está gestando una pléyade de jóvenes poetas más relajada, que ya no se siente marginada; estos poetas son como agua de río que busca el cauce. Voces que prometen, que se han reconocido entre la pluralidad y las afinidades literarias de la poesía que se escribe actualmente en el país. Tienen un ojo puesto en lo que sucede en la poesía de su estado y el otro en la poesía fuera de sus terrenos. Me refiero a los poetas nacidos entre 1985 y 1989: Adriana Ventura (1985), Yelitza Ruiz (1986), Jorge Manzanilla (1986), Geovani de la Rosa (1986), Sol Casdiz (1987), Zel Cabrera (1988), Roxana Cortés (1988), Ari J. García (1988), Lupita Olivar (1989), entre otros. La mayoría ha publicado una plaquette, ha obtenido una beca o ha merecido un premio. A diferencia de los escritores que les antecedieron —y me refiero a los más mediáticos, aquellos quienes crecimos con la idea de que tendría que darse una profunda “ruptura” estética y generacional—, a estos nuevos poetas estas razones ya no les vienen en cuenta. No les importan poetas como Manuel S. Leyva Martínez, Isaac Palacios Martínez, Catalina Pastrana, Rubén Mora, Rafael Romero, Juan García Jiménez, Celedonio Serrano Martínez, Salustio Carrasco Núñez, quienes forman parte de la tradición local. Y no es que los menosprecien, sino que ya no entran en sus cabales, pues vislumbran nuevas posibilidades para la literatura guerrerense. Son poetas que intentan hallarse en lo nuevo y por eso experimentan, lo que nos lleva a pensar que sí comienzan a esbozarse los puentes literarios y vitales que no se tendieron en otras generaciones.

En ese contexto cito a dos poetas guerrerenses que no sólo nos permitirán situarnos y entender el propósito de esta selección, sino también por qué el tiempo transcurrido entre sus obras muestra una nueva marca generacional: Jesús Bartolo, con Las regresiones del mar (1998), y Ulber Sánchez, con Como música de Malher moran las tristuras de la infancia (2012). Catorce años mar-can la diferencia entre una publicación y otra, catorce años en la continua historia de las publicaciones ––escasas–– de poetas guerrerenses. Sin duda, esta poesía va por buen camino. En este sentido, cada una de las propuestas líricas aquí contempladas ha rebasado los patrones poéticos predominantes en repetidas generaciones que apostaron en su estética por una tradición local que actualmente ha sido por demás superada.

Me parece acertado cerrar este texto con una cita de Hölderlin, que representa el tránsito y la visión actual de la poesía guerrerense:

 

La poesía no es un adorno que acompaña la existencia humana, ni sólo una pasajera exaltación ni un acaloramiento y diversión. La poesía es el fundamento que soporta la historia, y por ello no es tampoco una manifestación de la cultura, y me-nos aún la mera “expresión” del “alma de la cultura”.

 


Antonio Salinas Bautista. (Acapulco, 1977). Su obra ha sido incluida en las antologías Acapulco en su tinta (2004), Vértigo de los aires (AEM, 2009), 40 barcos de guerra (edición independiente, 2009) y Jóvenes poetas mexicanos (Groenlandia, 2010). Es autor del libro Serial (FETA, 2011) y del poemario Saudade (Ediciones Tarántula Dormida, 2010). Obtuvo el Premio Estatal de Poesía María Luisa Ocampo 2008. Ha sido becario del Programa de Estímulo a la Creación y Desarrollo Artístico de Guerrero (PECDAG), cuento 2006 y poesía 2008, y del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes 2010-2011. Es coordinador del Encuentro Nacional de Jóvenes Escritores en Acapulco.