No. 144/DEL ÁRBOL GENEALÓGICO

 
Epitafio de la sirena Aglaófeme


Antonio Leal



sou strela ébria que pérdeu os Ceus,
sereia louca que dixou o mar.

Mário de Sá-Carneiro
 
 
A mi amigo poeta Raúl Garduño
(1945-1980†), postmortem

 

 

 

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Ilustraciones de Luis Guardiola

 

 

Abrir los ojos aquí,
a los dieciocho grados, veintinueve
minutos, con treinta y nueve segundos,
 
 
justo en la latitud norte del alma.
A los ochenta y ocho grados, diez
y seis minutos, con nueve segundos,
 
 
longitud oeste, en el extinto
reino de las altas perenifolias,
en la ciudad infame que despierta
 
 
con tumefacto olor de albañales.
Abrir los ojos aquí, en la singladura
de este día mórbido en desuso,
en el ámbito inane del lagarto
que cambió el estero y los humedales
por una pestilente alcantarilla,
 
 
punto de partida 144 y ahora se le cura de úlceras
en el duodeno y vive como un cerdo
en un ruin chiquero de un hotel
 
 
de cinco estrellas.
Abrir los ojos aquí, cuando el dugón
bucanea en ázimos bejucos
 
 
condones, credenciales de elector,
que al mar conducen sucias atarjeas.
Abrir los ojos aquí, en el arcano
 
 
orden de las abscisas marítimas,
en esta hora nítida, irreal,
entre la luz vibrátil de un día
 
 
cualquiera, al aire libre, para ver
la chabacana gracia del delfín
en cautiverio besando a un turista
que llora al recibir tanta ternura.
Abrir los ojos aquí, en la palustre
hora difusa en que ocurre el arribo
 
 
de la tortuga blanca del caribe
a su santuario convertido en playas
                 privadas.
 
 
Eso sabe el yacaré que se duerme
aparentando un tronco sobre el agua.
El papán lo chacotea entre cogollos.
 
 
El pitorreal por eso abandona
su hueco en el botán con todo y nido.
El perico cochá atrae gente
 
 
diciendo sus puteces en la calle.
La oropéndola no desgrana un canto
en su cuello lleno de delicadas
 
 
piedras. El chombo que vuela en lo alto
pica impune el tirahule del niño
que no lo escupió para conjurarlo.
La garza ya no come más culebras.
Al caer la tarde pierde el albatros
la vida ahorcándose entre secas ramas
 
 
por la vergüenza de no llenar cada
buche de todos sus polluelos muertos.
El agreste venado tiene al miedo
 
 
como un barco hundido en los ojos.
Solo, el tigre se enreda en los bejucos
y su piel muerta a nadie ya le sirve.
 
 
Avanzan entre nubes, lentamente,
ciertas aves de noche migratorias,
duerme en círculos de cenizas vivas
 
 
la aldea esperando al huracán.
Abrir los ojos aquí...

punto de partida 144


Antonio Leal (Chetumal, Quintana Roo, 1952) es poeta, periodista y guionista de radio. Estudió so­cio­logía en la unam. Fue miembro del Taller Literario de Juan José Arreola y becario de poesía del Cen­tro Mexicano de Escritores. Ha publicado en múltiples revistas y suplementos literarios del país. Ob­tuvo el Primer Premio en idioma español de Poesía, Prosa y Arte Figurativo "Il Convivio" (Italia, 2004). Presidió el jurado del Premio Internacional de Poesía Caribeña Nicolás Guillén 2001. Ha participado en an­to­logías como Cinco poetas jóvenes de México (sep, 1967), Recuento de voces (Programa Cultural de las Fronteras, 1987), Una literatura sin pasado (Conaculta, 1990) y Tiempo vegetal. Antología de los poe­tas del sures­te de México (Gobierno del Estado de Chiapas, 1993). Ha publicado Duramar (unam, 1981), Canto di­verso (La Tinta del Alcatraz, 1995), Los cantos de Duramar (Comité de los Festejos del Centenario de la Ciudad de Chetumal, 1998) y Poemas provinciales (El Taller del Poeta, 2004). Fue colaborador de los primeros números de la revista Punto de partida. El poema que presentamos per­te­nece a su poemario ¡Thalassa! de próxima publicación.