18 POETAS DE VERACRUZ/No. 167


 

foto-jimenez.jpgLeonardo Jiménez



Xalapa, 1978



I
Me preguntaba si ya me había hecho la chaqueta ese día,
con la cabeza adolorida, el pómulo saliente, la boca inflamada;
como termino casi siempre un día después de un galón de tragos.
Y veía que estaba perdiendo la memoria,
que había litros de semen en mis cobijas
y que todo eso y yo estábamos ahí desde hacía una semana;
con mis libros ocupando la otra parte de mi cama allanando tu lugar como tierra
    fértil;
las piedras ya habían conquistado mi espalda
y las monedas eran sanguijuelas en mis piernas flacas.
Cargué la pipa de yerba con otra sustancia para llegar a otro lado
donde el dolor no estuviera, ni la causa llevara hendido su efecto y fuera
natural encontrarte, princesa, en tu natural atavío,
en el atavío natural de lo natural, ¿me entiendes?
Tomaré de nuevo mi barco, que es de azul lata y hule espuma
y me envolveré en las cobijas de la tarde para llegar por la noche a mi reino;
no sin antes comer pan con miel y plátanos con leche,
y la ducha ésa donde me desconoces en el espejo, con el desodorante
que apenas me he comprado, espléndido; me guiño el ojo y me doy un pellizco
    en la mejilla,
como te lo daría a ti. Frunciré mis labios para besarte en el vapor de baño que el
    papel corruga;
también te he fruncido el ceño, pero eso no importa.


II
Ya se fueron tantas cosas y hasta ahora me entero de que para muchas de
    éstas no existe un
retorno y que los filósofos son los peores souvenirs.
Ahí donde las cosas escapan, el polvo se genera y esconde para mal nuestro.
Luego llega la abuela y se enfurece porque en la filosofía de la porcelana no hay
    polvo.
A los ancianos ya se les habrá olvidado esto.
¿Nuestro paraíso no es acaso otro?
Rota la piedra hasta el desfiladero, esos grumos gigantes,
                    rotando rota
que nos superan en días rotos,
también rotando.
La cama está acostada;
éste es uno de esos momentos donde no pasa algo
más que un reprimido asombro del recuerdo,
la imposibilidad hace tratos graves con el tiempo y frente a nosotros.
Se necesitan dioses que glosen las esferas del mundo un poco más benévolos,
hipotéticas naves que derrumben esos falsos muros
porque nada de esto es demasiado sino todo lo contrario.


Noticias desde el camarote


En el puerto de los cuerdos:

Partamos, Lewis, amigo, de este muelle inhóspito,
cuando la marea suba por nosotros; pronto.

Una tarde a punto
de lanzarte por la escotilla, estuve,
porque el camarote se incendiaba
carbonizando a las orugas.

Qué buenas noches nos pasamos
junto a esa niña dulce
que hacía brillar tus ojos.

Cerca estuvimos de quemarnos
fumando el puro
que nos trajo Arturo

Casi se podía ver la gruesa arena, en la que tambaleábamos —¿recuerdas?—
por el agujero del perforado camastro

El carbón vivo llegaba
hasta el cuarto de máquinas
donde estaba nuestra noble fuerza
lo más íntimo y nuestro.
Bañé tu lomo de cuero con agua salada
y reinas que pedían a gritos: “estar ya en la altamar”.
Todo en el sentido necesario para no perderte.

Hay quien pierde o quema su pasado
a la manera egoísta de la existencia,
pero también existe quien
no quiere perder su camarote, amigo Lewis,
ni al inseparable par de libreros donde habitas.

Todo aquel que naufraga en este mundo
se afirma en su negación,
en la naturaleza única y terrible
del hombre asímbolo.

Mas procurémonos la nutritiva fruta de esta tierra, amigo,
antes de que llegue nuestra despedida,
y logremos que esta fruta nos satisfaga
para el placer de sus dioses escondidos.

Llevemos a cabo la bitácora de sus sacrificios
para nuestra salvedad
en esta navegante ruta
y compartamos un lugar en la cama junto a las hojas sueltas
donde no podemos estar mejor contenidos.

Desde mi camastro presiento otros puertos
y niñas corriendo en dirección contraria a nuestros brazos.
Ahí estará la reina blanca
acariciando al gato que
juega con su cola en el espejo.

 

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Leonardo Jiménez. Estudia Matemáticas en la Universidad Nacional Autónoma de México.