No. 166/EDITORIAL


 

Este Punto de partida, dedicado a la nueva narrativa, abre su Árbol Genealógico con “Corredores”, espléndido cuento de Alberto Chimal. Agradecemos al autor su colaboración, así como el acopio, entre sus alumnos, de parte del material publicado en el dossier que da nombre a esta edición, y que incluye obra de nueve narradores nacidos en distintos estados de la República en las décadas de 1970 y 1980.

Jorge Luis Borges hablaba de su ideal en la narrativa: que todo fuera esencial, que los nexos —las situaciones intermedias— no se sintieran como ripios. Esta búsqueda es clave en la minificción, género del cual publicamos hoy ejemplos de madurez notable: “Post-it”, de Ovidio Ríos, sorprendente de principio a fin; “Una gran noche”, en la prosa acre de Laura Zúñiga Orta, y dos piezas de Úrsula Fuentesberain, quien logra en ellas invertir los procesos con gracia: si la minifición condensa, la autora dilata un instante hasta su máxima expresión; ni más ni menos. Hay, en sus dos textos, ese espíritu borgiano de la esencia.

En el número anterior de esta revista publicamos un conjunto de “tuits” de Francisco Hinojosa. Este tipo de escritura, híbrida y riesgosa en tanto difusos sus alcances, se posiciona día a día como un género en sí mismo, desmarcado del aforismo, a veces más cercano a la minificción. Siguiendo esta línea, la muestra que preparamos para esta edición incluye pequeños textos de Renato Guillén, parte de su proyecto Nanoficción (www.twitter.com/nanoficcion), varios de ellos, auténticas microficciones.

Atestiguamos también en la selección una serie de textos más extensos, con estilos y temas por demás distintos: el muestrario de malos olores que es “Abran las ventanas”, de Norma Aguilar; la sobriedad dada en el distanciamiento del narrador en “La primera traición”, de Víctor Mantilla; la urdimbre de planos en “Los sueños de Efe Medina”, de Adriana Rangel; el aliento tragicómico en “3 muertes 3”, de José Manuel Ríos; el dejo un tanto cínico en los personajes de “El favor”, de Diego Velázquez.

Además de la pequeña muestra de nueva narrativa, el número presenta otras colaboraciones destacadas: en poesía, un poema en prosa de Carlos Vicente Castro, y las traducciones de Eduardo Uribe a la obra de un escritor provocador y poco conocido entre los lectores hispanoparlantes, el francés Henri Meschonnic. En ensayo, Patricia Pérez Esparza, con “La conciencia de la muerte como ruptura y principio creador”: en un texto ampliamente documentado, Pérez Esparza logra descripciones desgarradoras del Japón de Hiroshima y la posguerra, y desmenuza desde ahí el origen de la danza butoh y la literatura de Kenzaburo Oé, a partir del realismo grotesco planteado por Mijail Bajtin.

Esta edición también publica dos crónicas en las que el género periodístico abreva con buena fortuna en la narrativa: “Hoja de vida de un mil oficios”, del ecuatoriano Juan Manuel Granja, cuenta vida y milagros de un personaje entrañable, “El Bigotes”, suerte de “todólogo” sudamericano —mariachi, tapicero, restaurantero— que bien podría ser un pícaro del cine mexicano clásico. La otra es una divertida recreación de una noche no tan loca, a través de la mirada de una estudiante-mesera en un antro de Tlalnepantla, Estado de México, en la prosa por demás amena de Elisa Aguilar Funes. Completan el número dos reseñas a poemarios de sendos escritores que comparten generación pero se ubican en tradiciones opuestas: Tiento, de Rocío Cerón, analizado por Luis Alberto Arellano; e Icarías, de Balam Rodrigo, por Leonarda Rivera.

El discurso visual de este número corre a cargo del fotógrafo Alberto Báez Munguía, quien nos permite reproducir en blanco y negro obra de tres de sus series: Naturaleza muerta —realizada con el apoyo del Fonca—, Altares, Polvo y Ofrenda. Destacan en las tres la conceptualización y la excelente manufactura de las imágenes. Refrendo al artista mi agradecieminto por compartir este material que será, con los textos, un disfrute para nuestros lectores.

Carmina Estrada

 
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