TRADUCCIÓN/No. 163


 

En el poema que escribo desde el comienzo de Marsella (Sylvie Durbec)




Karla Olvera

El Colegio de México

“Dans le poem que j’écris depuis le commencement de Marseille”, en Sylvie Durbec, Marseille éclats & quartiers, Éditions Jacques Brémond, Remoulins-sur-Gardon, 2009.



En el poema que escribo desde el comienzo de
         Marsella, los animales se disfrazan de vegetales
Y las palabras de animales,
Desde el comienzo del poema escrito en mi piel de
         pequeña niña azul
Cuando tenía un padre y una madre,
Una ciudad Marsella alrededor de la cintura
Como un anillo de bodas,
Yo escribía como se sueña
Como se juega a la rayuela
Desde el Infierno hasta el Paraíso
Sin hacer tregua.



Entre las palabras está el silencio
Que hacemos callar
A punta de gritos
Cuando sabemos hacerlo.



En el poema que escribo desde el comienzo de
          Marsella sobre mi piel



Se pasea la letra Z
Sin cola ni cabeza por mis palabras
Por los momentos de locura, por los dolores de cabeza también
Y es la letra que prefiero
Final de todos los sueños juntos y de todos los libros
Conclusión oscilante entre la infancia y la muerte
Z es una puerta abierta entre el mar y el océano, los pájaros
          bailan en una isla
Z se pasea ahí desnuda.



Ya no tengo el anillo alrededor de la cintura
Marsella no rodea más mis huesos como un anillo
Aunque la letra Z perdura sobre mi piel
Ella es el comienzo del poema y el final
del comienzo
Ella sola es Marsella y Oriente Asia y Finlandia
Canto la letra y la palabra ausente en la letra
Canto la ausencia de palabras y la presencia de letras



Todo mi esqueleto lo veremos
Está tatuado de letras
Clic cloc clac él hará
Y serán zetas
Como un jazz ensordecedor de Marsella
Que escucharemos
Cuando SD muera
Tendrá que
BAILAR EN EL DESIERTO
Tan pronto como se abren las puertas del hospital donde nació
El poeta conoce
El límite del río en él:
                             en un riachuelo del estacionamiento
                             vi escurrir al Ganges y al Nilo
                             y me armé con toda
                             mi debilidad
                             preguntándome: ¿tengo la fuerza
                             de agrandar el estacionamiento del hospital
                             hasta las dimensiones del mundo?

La juventud avanza deslumbrante inútil
atravesando el mar volviendo y partiendo
uniendo en una palabra el sueño y el habla.
                              Pero el poeta no lleva sino su
                              cansancio como prenda de rosa en prenda
                              de corsé de amor




                              y no levanta su cara mas que con arrepentimiento
                              impotente para utilizar otra máscara alegre y exótica
                              en venta en la feria de las Vanidades
                              comprada tan cara muy tarde
                              para esconder la miseria al decir
                              ¡buenas noches!



Pero el río continúa avanzando hacia el mar y las islas
         sin nadie para retenerlo ni barrera de hierbas ni de palabras
         ¡y los poetas son bestias que creen detenerlo!



Habría entonces que haber atravesado la Tierra del Fin.



Las sombras son azules
es el verano
en una habitación de hospital
un pájaro voló
y dejó su trazo en la tierra.
Los árboles siguen temblando
como yo bajo las sábanas escondida
tiemblo.



El verano se deja llevar
Hacia el invierno por la primavera
Y yo bebo café pensando en el sol
Quemante
¡De allá afuera!



Lo que yo buscaba
Una tierra
Lejana con grandes árboles blancos
Donde reposar un cansancio ancestral
Y yo la llamaba Finlandia
Donde bailar
Se parecía a esta calle de Lisboa que yo conocía
Gris y un poco triste
Una calle donde se juntan los gitanos enojados
Y un poeta enfermo, donde se venden frutas también
Y ahora
En Marsella
En el calor mojado busco unos ojos
Los árboles blancos abedules de plata
Y todos los helechos de Finlandia
Para refrescar el viento de la noche.



El estacionamiento del hospital hoy
No me pertenece más.
Ayer me creí poeta de estacionamiento
Al transformarlo en una tierra nueva
Silenciosa y libre como un río.
Ayer diez pequeñas historias nacieron aquí,
Ninguna se me ha acordado hoy
A causa del trabajo y los coches.
Ayer era domingo
es lunes hoy.
La tierra del fin termina en el agua de lluvia
retenida al fondo del estacionamiento del hospital toda una noche
y borra el dolor tenaz
del durmiente que se volverá bailarín.



El frío
recorta rayas
en mis pasos
a menos que sea
en mis piernas
o incluso
en las líneas que escribo
frente al frío
afuera adentro.



El perfil del árbol
canta una cuna
dónde está el corazón
del paisaje
pregunta una mujer
¿A la izquierda?
¿A la derecha?
Y luego se duerme.
Vivimos apenas
abrimos la ventana
y respiramos
Nos vamos
y exploramos los bosques
las ciudades
La luna es una amiga
El sol un vecino
Nuestros dedos dibujan
la sombra de una partida
sobre la pared azul.



Y siempre
el doble enigma
de un rostro
me retiene.
¿Quién está ahí
Múltiple voz
espeso silencio
en la mirada
desviada?



Mi dibujo se borra
por culpa del lápiz
y de la goma
Y la frase que escribo
a la debilidad
de mi mano.



Son pocas palabras, poco
sueño. Poco
Como si nuestras fuerzas no tuvieran
el deseo
de ir más lejos en los países
que abrimos
en el corazón de Marsella.
Afuera el viento respira
sordamente
deshaciendo poco a poco
la arquitectura de los árboles
tan bien ordenada.
El cielo mismo se deja
flechar e inmóvil,
espera a que se produzca
un suceso.
Sólo el lápiz —y su mina
ligera—
acompaña mis viajes
a través del vidrio, de la cama
a la rama tierna
de la gran acacia.
Leyendo historias de poetas,
me pregunto cuál
es mi historia:
aquella de mi cansancio o la de
mi vigor,
y en el diccionario,
pacientemente, busco
el sentido de las palabras.

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