CUENTO/No. 163


 

Grace



Diana Gutiérrez


 

Grace leía, en el sillón, el tercer cielo de la Divina Comedia, cuando la alarma de un coche empezó a sonar interrumpiendo su lectura. Cerró el libro y fue a la cocina por un vaso de agua.

Ante la insistencia del sonido agudo en la calle, se asomó a la ventana, imaginando ver sobre el volante el cuerpo inerte de un hombre que había sufrido un infarto. Sólo halló un Cadillac negro estacionado en la acera de enfrente; las luces del automóvil se prendían y apagaban con la melodía de El mago de Oz. No tenía pasajeros.

Grace subió la mirada: dos mujeres de ojos tristes veían el coche desde sus balcones. Quiso preguntarles si, como ella, alguna había pensado en la posibilidad de encontrar un muerto en el asiento del conductor, pero, casi de inmediato, se arrepintió, pensarían que estaba loca. Ella incluso había imaginado la fisonomía y la última mueca de la víctima: un gordo hipertenso con los ojos cerrados y la nariz de bola fruncida por el dolor.

Se acabó el agua de un sorbo y tarareó la canción unos segundos. Después tomó la cajita de música del librero con la intención de seguir el tono al girar la manivela, pero la alarma ya había cambiado su sonido y ahora semejaba la sirena de una ambulancia. Le dio cuerda de todos modos y regresó a sentarse en el sillón.

Steve le había regalado el juguete en su cumpleaños treinta. “Para mi Dorothy”, decía un grabado en la base. Grace había estado enamorada del hombre de hojalata, a quien comparaba con Steve por su proclividad a resolver los problemas con la razón. A él la analogía le parecía infantil, pero le causaba gracia; incluso adoptó el mote para ocasiones especiales. “Este hombre de hojalata necesita que Dorothy le aceite las articulaciones”, era su invitación al encuentro amoroso; a veces en una hoja de cuaderno, en una servilleta, en un mensaje de celular. A Grace le causaba gracia, pero le parecía infantil: no la excitaba.

La calidad monoaural de la alarma era como la de los efectos sonoros de una película de los cincuenta. Grace se levantó de golpe y se encerró en la recámara, tapándose los oídos con los dedos. Con el portazo, el tulipán planeó hasta los pies de la cama. Era una fotografía en blanco y negro de la flor más abundante en Holanda, donde Steve había pasado unos días. Aún vivían juntos.

Revolvió el cajón de ropa invernal y por fin halló las orejeras. Tenía la esperanza de bloquear el sonsonete con la tela protectora de oídos, pero sólo sintió un calor insoportable. Se acordó de los tapones para nadar, pero, casi de inmediato, descartó la posibilidad: Steve se los había llevado.

Se puso unos hisopos flexibles con punta de algodón y sintió que todo estaba arreglado, pero sólo los usó unos minutos porque tuvo miedo de clavárselos por un descuido y romperse el tímpano. Alguna vez se lo había oído decir a un médico en la televisión. Probó con la cinta adhesiva en las orejas, pero la superficie era tan irregular que el pegamento no logró fijarse.

Grace, quien para entonces había intentado acallar la cantinela monótona con varios dispositivos inservibles, portaba ahora los audífonos grandes de su Ipod descompuesto y escuchaba a David Bowie a todo volumen en el minicomponente de la sala.

Al mismo tiempo, marcaba en altavoz al celular de Mark sin obtener respuesta; le pediría que la dejara pasar la noche en su casa. Hacía días que él no la llamaba. “Ya no siento que me acuesto con la novia de mi amigo”, dijo Mark la última vez que tuvieron sexo.

Grace tomó un cuchillo pequeño de la cocina, útil para rebanar un pastel, y bajó corriendo las escaleras del edificio. Frente al coche tuvo ganas de clavar el puñal en el parabrisas. Entonces vio cómo los faros delanteros alumbraban con intermitencia un arbusto al que le había nacido el botón de una flor rosa. Se sentó en la banqueta y se cubrió con las manos los ojos humedecidos.

Cuando tiró del cable de los audífonos, el ruido en la calle había cesado.

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Diana Gutiérrez (Ciudad de México, 1983). Escritora y periodista, egresada de Comunicación de la UNAM. Es coautora de la antología de cuento Cromofilia (Ediciones Eón, 2010). Colabora en la revista Picnic y escribe la columna de reseña literaria Textoservidora del boletín Pasodegato. Becaria del programa Jóvenes Creadores del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes en el área de cuento, 2009-2010.