ENSAYO/No. 162


 

Tres variaciones sobre Plinio



María Teresa Rodríguez

Facultad de Filosofía y Letras, UNAM

 

I. El dragón

rodriguez-01.jpgEncontré un dragón. El dragón de Aldrovandi. Cuentan que un día, un campesino boloñés se quedó dormido en su carreta, camino a la ciudad. Se despertó porque sus bueyes habían empezado a dar coces y brincos intranquilos. El campesino bajó para ver qué era lo que había provocado el miedo de los animales. Allí, en el sendero, encontró un pequeño dragón malherido. El campesino terminó con la vida del animal y decidió llevarlo con el gran sabio Ulysse Aldrovandi, el Aristóteles boloñés. Aldrovandi era un naturalista concienzudo que había hecho colecciones de plantas y animales, e hizo pintar el dragón para incluirlo en sus clasificaciones zoológicas. Gente de parajes varios fue a ver el prodigio.

Encontré el dragón casi cinco siglos después en la Facultad de Filosofía y Letras, en un curso tan improbable como fascinante sobre Plinio en el siglo xvI. Tiene cabeza de serpiente, vientre abultado y dos pequeñas patitas delanteras. La imagen me recordó otra que encontré hace algún tiempo. Había escuchado una nota sobre fósiles de serpientes que tenían patas. La idea de una serpiente con extremidades me parece muy poética. Luego busqué un poco más y encontré que algunas veces los animales presentan mutaciones conocidas como atavismos. Éstas son formaciones “anormales” que surgen por una especie de anamnesis genética de caracteres olvidados en la evolución. Así, que una serpiente nazca con dos pequeñas patitas es un recuerdo de su pasado fósil, pasado que duerme en sus genes. También existen ballenas con fémures y humanos con cola. Lo atávico es una especie de amenaza, pero también una especie de sustrato biológico (o poético) que nos sustenta. Aterra y encanta. Frena la vida (como en el caso de Úrsula Iguarán y su temor por las colas de cochino que podrían aparecer en sus descendientes), pero a la vez la ha permitido. El dragón de Aldrovandi era uno de estos especímenes atávicos que venía de otros tiempos para decir que hay cosas que existen o existieron aunque nunca se hayan visto. Era, posiblemente, una serpiente con patitas que se había comido una rata y que no podía quitarse del camino porque su almuerzo fue demasiado abundante. Aldrovandi escribió todo un libro sobre los dragones donde explica profusamente sus rasgos generales, sus diferencias, sus costumbres, el coito y el parto, su veneno, los signos y remedios de éste. Su dragón no es uno grande, no tiene alas y ni siquiera un poco de fuego sale de su boca. No se encuentra al pelear grandes batallas, ni perdido en algún pasaje nemoroso o al rescate de príncipes en apuros. Yace desde hace siglos en las memorias de los naturalistas boloñeses. Silenciosamente lo encontré, cuando no buscaba prodigio ni esperaba maravilla. Supongo que los dragones son un poco como la vida y sus atavismos que reaparecen inesperadamente en otros tiempos y latitudes. ¿Cuándo aparecerá el siguiente?




II. El árbol de la lana

rodriguez-02.jpgDurante mucho tiempo, los naturalistas seguidores de Plinio intentaron concebir un árbol del que brotara lana. Pensaron que Plinio hablaba en su interminable Historia natural de algo así como una planta de donde ésta surgiera como de los borregos. ¿Sería una planta de cuyos capullos salieran pequeños corderillos amedrentados? Estos hombres imaginaron una planta parecida a ésta:

Algunos creyeron que su semilla era como la del melón y que los borreguitos permanecían encapsulados dentro de la fruta de la planta hasta que estaban maduros. Entonces el capullo se abriría para presentar al cordero con su blanquísima lana. Dicen que tenía una altura de dos pies o dos pies y medio, y que los corderillos eran como recién nacidos, tenían cordón umbilical y devoraban las plantas vecinas para alimentarse.

Francisco Hernández, el médico que Felipe II mandó para estudiar los usos medicinales en la Nueva España, encontró el árbol de la lana en su viaje a México en el siglo xvI y pudo descifrar las enigmáticas palabras de Plinio y corregir las especulaciones de los comentaristas medievales de la Historia natural. El árbol de la lana era éste:

Nosotros crecimos rodeados de estas misteriosas plantas que Plinio describe como generadoras de lana. Le decían oro blanco en la Comarca Lagunera. Los europeos no la conocían en la Edad Media y sólo podían imaginarla porque es claro que si Plinio la menciona, debía tener algún tipo de existencia. Muchos hombres dedicaron su vida a pizcar en La Laguna, otros se hicieron muy ricos con este árbol. Nosotras bailábamos con vestidos llenos de sus imágenes en las romerías escolares. Hombres y niñas del árbol de la lana que nos vistió y nos desvistió. Nos dio un suelo suave, un lecho y una almohada. Ahora dicen que se ha ido. Que llegaron otros animales menos misteriosos y más productivos que dan leche sin miel. Se fue como la planta que daba corderitos en la Edad Media y dejó sin blancos el paisaje, vacías las camas, naranjas los uniformes de los beisbolistas. Porque todo pasa, hasta los misterios del gran Cayo Plinio Segundo.




III. El pez fantasma

Plinio habla en el libro IX de su Historia natural de un pez llamado tursio. Esta palabra sólo aparece en este pasaje: es un hápax, dicen los filólogos, porque es una voz que sólo se registra una vez en el corpus de una lengua.

Plinio lo describe como semejante a los delfines, aunque más triste y carente de vitalidad. Se parece, dice Plinio, a un perro de mar por su boca malévola. Durante mucho tiempo los naturalistas se han preguntado qué clase de pez corresponde a este término. En tanto que hápax, es imposible relacionarlo con algún ser vivo de manera incuestionable. El tursio se convirtió pues en un fantasma que suscitó apasionados debates entre los comentaristas de Plinio. A mí me parece que la idea de un pez fantasma es altamente seductora. No sólo porque para los naturalistas su sola mención en la Historia natural le garantizaba algún tipo de existencia, sino porque se me ocurre pensar que aquello que sólo ocurre una vez es imposible de relacionar con algo más (sea la realidad, sea otra palabra) y deberá, por tanto, caer en el terreno resbaladizo de lo fantástico. Tal vez no sea descabellado pensar que a veces se da algo así como un hápax existencial, un evento único que nos ronda después de haber sido consignado en el corpus de nuestra memoria. Peces fantasmas que nos llevan a discusiones interminables con nosotros mismos sobre su identidad o sus diferencias con otros peces que conocemos y clasificamos. Algo así es el amor: un hápax, un fantasma. Como la planta de la lana. Como el dragón de Aldrovandi. Habitantes de la memoria que la fantasía o Plinio nos han regalado.

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