No. 161/POESÍA JOVEN MÉXICO-ESPAÑA


 

 




Pablo Martínez Zárate

México

 

Vamos

A James Joyce, sentado en Banhofstrasse
Una y otra vez caen sobre el cuerpo
del débil las aves de rapiña,
signos que devoran toda forma
con un filoso retoque imperial

Ahí van de nuevo, vienen
y ensombrece entre hueso
la carne y la eminencia
tarde o temprano
secreta un apestoso destino.




Londinium


Hacer de la ciudad un océano;
De las avenidas tormenta;
De la máquina relámpagos;

Ahí, una vez disuelto
El concreto, salada la carne
Revolcados en anarquía

Sin otro mapa que un cielo opaco
Ahí entonces ahogaremos,
A la deriva, sin puerto atrás




Domingo de Sermón


A la intemperie,
mi piel color de sol después de una nevada,
veo detrás de las ramas aún desnudas
las cúpulas de un palacio que no conozco.
De mis poros emerge la extrañeza
y me reconozco en mi condición de extranjero.

Hoy he visto a las palabras en las piedras
y en el río. Petrificadas, ajenas
sobre frisos, gabletes y carteles, en movimiento,
las he visto en el humo detrás de la
nieve, trepando a tinta fachadas,
en las raíces y en los troncos,
en las bolsas y botellas acumuladas
a orillas del afluente.

(Los patos hablan bajo los puentes,
mi andar sobre las tablas los interrumpe.)

En mis pesadillas las llevé tatuadas
por todo el cuerpo.
En la sien leía “nada”. La última
palabra de la serie comenzando en mis tobillos.
Mi piel era también agua,
corriente, mi lengua
enlodaba vocablos a un costado del canal.

Me levanté con la pregunta
partiendo mis labios:
¿qué será de ellas
cuando mi piel se desintegre?
¿Qué será del amor, del deseo?
¿Regresará el espíritu a la rutina?




A son de volcán


En una ciudad sin luz,

Ella duerme – no serena. Él ya ni la mira ni se pregunta si algún día la olvidará. Detrás de ambos el sol sigue saliendo, quizá más viejo – ¿o será que la nube sepia ha alcanzado las montañas, filtrado hasta la última línea de lo visible?

Sigamos su estremecimiento (¿lo notas más cobrizo que áureo, como antes? yo no lo recuerdo); el aro hunde donde entre ruinas de convento y ermita aparecen las jaurías hambrientas; a copa de luna comienzan a aullar (¿los escuchas? ¿los entiendes? se confunden con árboles, edificios y basureros).

Más cerca, desde hace horas resuena la fiesta – aunque nadie conoce el motivo, la melodía – tampoco tienen muchos ánimos de celebrar, ni apetito – Cohetes – diablillos, cañones, palomas – goles y bestias a la par para pasar el rato – todo simula permanencia para aquellos de pocos respiros.

En breves atardeceres esta cazuela cesará de extrañarme, sus ruidos no me quitarán más el sueño; mis sonrisas alcanzarán la estasis, la inmutabilidad, mi alegría el silencio – máscaras perversas pero inertes donde se fijan los anhelos de una forma particular, ahorcada por hereje hace lustros:

No quiero nacer del juicio de los otros
no quiero hacer en sus contadas lenguas
brillantes desarmados Dioses cuyo nombre ignoro;
un sistema de calaveras, una matriz de mentiras
celando blancos sobre tus senos desnudos mientras sueñas;
avenidas de esperanza, anginas degolladas por falsos pronósticos
cálculos en torno a mi resurrección y un legado no quiero
de ídolos corruptos y campeonatos mediocres;
un himno a una batalla fantasma, ya ni la ficción ni el romance,
afición a una victoria a un voto ciego, un volcán cociendo
las lápidas de nuestra aflicción – velada por el miedo y
la oratoria teledigerida – y el vecino que agoniza, dirigido;
me opongo aquí al precio de nuestra libertad, la urbe
cárcel del ángel que dejó de volar y perdió la laringe
contra el cáncer y en cadenas reacio me enfrento a una historia
que ataca tímida y torpemente el telar de mi memoria;
rezongo en son, prefiero hallarme mula, terca y sedienta,
bola de escombros que rueda por la pendiente Independencia;
cenizas, vástago del viento que tumba los letreros de la Democracia;
volcán que sienta y volcán que duerme, camión que vuela
volcán que arde en especulación y levanta polvo y gasolina
hasta amedrentar, como puercos, los rascacielos de la vista;
mira que a este Valle sí lo quiero, incluso así
cuando entre nube y nata no sepas fronteras
y de lago no sobrevivan siquiera las ideas pobres ni las bellas –
ni la sangre de quienes en sus letras ahogaran; hay pocas cucarachas,
tieso me baño entre tus nieves, me limpio entre tus piernas, te quiero
todavía en nostalgia me revuelco en los relieves
y fósiles de un águila y su serpiente, ya ninguna presa, eso sí,
el resentimiento que entra por el pico
– tensa los labios y la espina sigue espina;
espero nunca te despiertes, flor –
hasta llegar a los pulmones,
ahí la escasa asfixia advierte como avispa
(hay quien la confunde con el orgasmo):

No queda mucha arena, pocos días para que en lava
se fundan podridos mis temores y deseos,
todo aquello que quiero
y no quiero… el sol seguirá saliendo
tan sólo por un tiempo.

Pierde sus párpados. ¿De qué le sirven sin su espejo? Ya no puede verla, aunque quisiera. Su silueta ha sido secuestrada por el transparente despliegue de una noche invernal. Se escuchan sus respiros pausados, descienden tranquilos y desolados sobre la cuenca hasta mezclarse con el ruido trasero de las máquinas y alcanzar, por fin, lo inmediato.

 

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Pablo Martínez Zárate (Ciudad de México, 1982). Maestro en Medios Digitales y Cultura por la Universidad de Edimburgo. Autor de la novela breve The Invention of a Foe (La invención de un enemigo, Menuma, 2009). Su obra poética y ensayística ha sido publicada en varios países. Actualmente vive en la capital mexicana, donde se dedica a la docencia universitaria.